domingo, 22 de junio de 2014

LA CONVERSIÓN DE  Lima EN VÍSPERAS DE LA NAVIDAD DE 1604 por EL SERMÓN DE SAN FRANCISCO SOLANO

 

La Lima que vio a Rosa, Martín, Juan Macías, y Toribio, se estremeció como nunca por obra y gracia del predicador más famoso por aquel entonces, San Francisco Solano, el 21 de diciembre de 1604. Se trata del más famoso sermón de su vida y ha quedado en la historia del Perú como ejemplo de conversión milagrosa de todo un pueblo. Se le ha llamado el sermón de las cuatro calles.

 

El padre Solano salió con su Cristo en la mano, acompañado del hermano corista fray Mateo Pérez, a predicar a la plaza principal o plaza de Armas o cuatro calles como otros la llamaban. Dice el hermano Mateo que, al andar, iba tan deprisa que parecía que quería volar, porque iba como arrebatado por el espíritu de Dios.

 

Vino a la hora de las cuatro a la plaza pública y se subió a un púlpito en los soportales junto al banco de Juan de la Cueva. Puesto en él, acudió tanta gente, así para oír, la palabra de Dios como por la devoción que le tenían, que admiró el concurso[1].

 

Pablo Moya de Contreras, que estuvo presente, refiere:

 

 En el discurso del sermón dijo estas palabras: "Malas nuevas habéis tenido de Arequipa por la ruina que ha sucedido [2] por los pecados de los hombres. Pues no os las traigo yo mejores, porque os advierto que, antes de mañana a estas horas, de esta ciudad no ha de quedar piedra sobre piedra por vuestras maldades y pecados. Y os he dado mucho largo. Os advierto que, antes de mañana al mediodía, se verá cumplido lo que digo. Y para que abráis los ojos y os arrepintáis de vuestros pecados, os aviso que antes de medianoche, veréis esta miserable ruina. Se alborotó tanto el pueblo que los unos a los otros se miraban como sin juicio, juzgándonos todos de que el castigo tan merecido por nuestras culpas venía ya sobre nosotros, y tan confusos y suspensos que nos parecía que no había lugar donde acogernos[3].

 

Según el testimonio de Domingo de Luna:

 

La gente se convenció de que por los pecados de los vecinos había de hundir Dios aquella noche la ciudad de Los Reyes y que por la grande opinión que tenían del padre Francisco Solano de siervo de Dios, tuvieron por tan cierto que había de ser así que muchos, o los más de la ciudad, se apercibieron con oraciones y confesiones, recurriendo a las iglesias con mucha turbación y temor[4]. Y clamaban a Dios pidiendo misericordia. Y hubo muchos disciplinantes con cruces a cuestas y otros con otras varias penitencias públicas[5].

 

Sor Cecilia de San Gabriel, que en ese momento era casada con Esteban Rojas y después entró de religiosa, declaró: Las gentes andaban por las calles llorando y gimiendo sus culpas y pecados. Y esta testigo vio y oyó a las gentes que pasaban en gran número y con mucho alboroto, pidiendo misericordia de sus culpas y pecados[6].

 

El padre Diego de Pineda declaró: Aquella noche se abrieron todos los templos de la ciudad y se descubrió (fue expuesto) el Santísimo Sacramento en todos ellos, y las gentes pedían a voces confesión y se confesaban muchas almas, y hubo sermones y pláticas en la Compañía de Jesús y en otros conventos, y se hicieron restituciones de cosas hurtadas, y personas que estaban en mal estado, que hacía muchos años que no se confesaban, se confesaron y salieron del mal estado en que estaban, y por las calles andaban como si fuera el día del juicio, unos azotándose y otros con cruces a cuestas y frecuentando los templos e iglesias, pidiendo a Dios perdón y misericordia [7].

 

Según el testimonio del dominico padre Baltasar Méndez, en la iglesia de Santo Domingo debía haber como 24 confesores y no se podían dar mano a consolar y confesar a los penitentes. Y sabe este testigo que muchos hombres, amancebados de muchos años, dejaron la mala vida que llevaban[8].

 

Gerónima de Esquivel certificó que en la catedral: Era tanto el concurso de personas que venían a confesarse que concurrían a los pies de los confesores de tres en tres y cuatro en cuatro, sin reparar en que los unos oyesen las culpas de los otros, porque las confesaban públicamente; y los sacerdotes no podían excusar el fervor de los penitentes, porque iban con gran dolor deseosos de ser perdonados de ellas... Mucha gente había ido a los recoletos descalzos, donde estaba el padre Solano y lo trajeron a esta ciudad ante su Prelado que estaba en el convento de la Observancia (templo de San Francisco) y allí lo examinó el Prelado de las palabras que había predicado… y luego se publicó que había resultado aquel alboroto de una razón que había sido mal entendida y con aquello quedó la ciudad sosegada[9].

 

            Pero el impacto espiritual de aquel sermón sobre la ciudad fue tremendo. Algunos dirían que parecía esta ciudad la de Nínive, cuando predicó el profeta Jonás y todos tuvieron como cosa de admiración y de milagro que Dios Nuestro Señor se había servido del padre Solano para convertir a la ciudad.

 

 

El mismo padre Solano respondió a fray Gómez, que le preguntaba: Sí, Dios me lo mandó y yo prediqué[10]. Y a Juan Esquivel le dijo: Dios me movió. Que un gusanillo como yo, que merezco cien mil infiernos por mis pecados, ¿cómo podía mover eso? Dios lo hizo por su gran misericordia[11].

 

De hecho los efectos de aquel sermón duraron mucho tiempo. Fray Gerónimo Serrano declaró: Este testigo, como confesor, vio que muchos días después del dicho sermón no cesaron las confesiones. Ni este testigo ni los demás confesores podían dar abasto a ellas sin quitarse de los confesionarios[12]. Y fray Diego de Curiel certificó. El efecto del sermón duró muchos días y algunos meses después[13]

           

Contamos con una descripción vívida del suceso por parte de Fray Diego de Ocaña[14]:

 "Sucedió en esta ciudad después de Pascua de navidad el mismo año de1605, que estando con algún temor de haber sabido cómo la mar había salido de sus límites y había anegado todo el pueblo y puerto de Arica y puesto por tierra el temblor a la ciudad de Arequipa, predicó en la plaza un fraile descalzo de San Francisco; y en el discurso del sermón dijo que temiesen semejante daño como aquél y que según eran muchos los pecados desta ciudad, que les podría venir semejante castigo aquella noche, antes de llegar al día. Y los oyentes no percibieron bien, sino que había dicho el fraile que se había de hundir toda la ciudad, y con esto pasó la palabra por toda ella y fueron añadiendo que había dicho que Dios se lo había revelado que lo dijese para que no los cogiese descuidados el castigo del cielo. Y con esta nueva se alborotó tanto la ciudad, que después que soy hombre no he visto ni espero ver semejantes cosas como aquella noche pasaron, porque en todos los conventos se abrieron los sagrarios y se encendieron muchas luces y cirios, y el Santísimo Sacramento estuvo descubierto en todas las parroquias y conventos. Y todos los frailes en las iglesias y clérigos arrimados por las paredes confesando a la gente, las cuales se confesaban algunos a voces y de que en dos en dos; aquella noche por las calles, muchos penitentes azotándose como noche de jueves Santo. Hiciéronse muchas restituciones, diéronse muchas limosnas, muchos que estaban amancebados se casaron y hubo muchos desposorios; y toda la gente de la ciudad por las calles y en las iglesias todos llorando y dando gritos, todos gimiendo y suspirando, diciendo que aquella noche habían todos de ser hundidos. Y para mí fue aquella noche un retrato del día del Juicio y toda la ciudad haciendo verdaera penitencia, pidiendo a Dios misericordia y haciendo los religiosos muchas plegarias.

 

Al fin de todo esto llamaron al fraile descalzo, el arzobispo y el virrey y sus prelados y le preguntaron si le había revelado Dios que se había de hundir aquesta ciudad aquella noche. El cual respondió que no había tenido revelación ninguna y que él no había dicho que se había de hundir, sino que temiesen no les viniese el castigo semejante al de Arequipa, y que según eran grandes los pecados de la ciudad, que le podían esperar aquella noche antes que mañana; y que esto había dicho porque se enmendasen y no porque hubiese tenido revelación dello. Y cuando se vino a hacer aquesta declaración eran las diez de la noche, porque el convento de los descalzos está fuera de la ciudad, de la otra parte del río; y primero que trujeron al fraile y se hizo esta declaración, era ya media noche y en los conventos todos estaban predicando en los púlpitos que hiciesen penitencia. Y después fue toda la Justicia por las calles y por las iglesias, mandando que las cerrasen y a la gente que se fuese a recoger, que no era así lo que había dicho predicado el fraile. Y la gente quedó y estaba tan temerosa, que no hubo quien reposase aquella noche, que fue la más confusa que debe de haber sucedido en el mundo porque no había madre que se acordase de hijo, ni hijo de padre, ni amigo de pariente; todo era llorar cada uno sus pecados, entendiendo todos aquella noche ser hundidos en las entrañas de la tierra para siempre jamás.

Y porque no es posible poder significar por escrito lo que aquella noche sucedió, todo por extenso, lo dejo a la consideración del que sabe qué cosa es temor de muerte y infierno. Sólo digo que como yo estaban en mi ermita en el campo y no sabía nada de lo que en la ciudad pasaba y vi venir penitentes azotándose y era tiempo de Pascua, sospeché que eran algunos ladrones que querían robar con traje de penitentes, como ha sucedido muchas veces en España, con túnica de disciplinantes entrar en algunas casas y llevar cuanto hay. Y como en la ermita hay lámparas de plata y otras muchas cosas de plata para el servicio del altar, y está en el campo, entendí cierto que me querían hacer algún agravio porque no sabía lo que pasaba. Y aunque me pedían que los confesase no quería hacerlo, antes me certificaba más que me querían robar con aquel achaque de que me ocupase con uno para que entretanto los demás entrasen más a su salvo. Y así no quise confesar a nadie hasta después que vino mucha gente y me certifiqué de lo que había. Y como me vi solo en el campo tuve algún temor, particularmente de un penitente que se llegaba mucho a mí y pensando que quería embestir conmigo y quitarme las llames quíseme ayudar de una perra muy brava que tenía como una leona y soltéla; y como era una hora de noche y la había muy tenebrosa, que parece que amenazaba con su obscuridad el daño que se temía, luego que la perra salió y vido al penitente blanquear, embistió con él, diole tantos bocados que le hizo pedazos la túnica, y daba voces que le mataba, de suerte que hizo más penitencia con la perra y le dolió más que la que él venía haciendo. Y como yo entendía que era ladrón, estábame quedo, guardando la puerta de la casa y no se me daba nada que le mordiese; y la perra era tan brava que, si no viniera gente como vino, luego le hiciera mil pedazos. Al fin yo, enterado de lo que había, abrí las puertas de la iglesia y encendí dos hachas a Nuestra Señora y seis velas en el altar, y con el clérigo que acudieron dijimos una salve a Nuestra Señora con la letanía suya. Y después nos pusimos a confesar a la gente y hasta las dos de la noche no me levanté de una silla, yo ni los demás; que en la cuaresma toda no se cogió más fruto que aquella noche".



[1]  Plandolit Luis Julián, El apóstol de América, San Francisco Solano, Ed. Cisneros, Madrid, 1963, p. 253.

[2]  Unos días antes, el 25 de noviembre, un gran terremoto había asolado la ciudad de Arequipa.

[3]  Archivo Secreto Vaticano N° 1.328, fol 1.241.

[4]  Ib. fol 486.

[5]  Ib. fol 480.

[6]  Ib. fol 1.835.

[7]  Ib. fol 95.

[8]  Ib. fol 480.

[9]  Archivo Secreto Vaticano N° 1.328, fol 262.

[10]  Ib. fol 129.

[11]  Ib. fol 390.

[12]  Ib. fol 1.988-1.989.

[13]  Plandolit Luis Julián, o.c., p. 266.

[14] , Viaje por el Nuevo Mundo: de Guadalupe a Potosí, 1599-1605. Edición crítica de Blanca López de Mariscal y Abraham Madroñal, Universidad de Navarra. Iberoamericana. Vervuert. 2010, . (155-157