viernes, 26 de septiembre de 2014


Como gratitud a su misión cultural, como investigador, director del CBC, Revista Andina,  Blog "Idolátrica"... les comparto el resumen que hizo mi alumno Pedro Duarte de su artículo "El Carisma de Domingo de Guzmán y la Evangelización de América en el siglo XVI"

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Henrique Urbano, Cuadernos para la Evangelización de América Latina n.2, Centro de Estudios Rurales Andinos "Bartolomé de las Casas", Cusco, Perú, 1987, pp. 73 - 102

 

Es imposible dar una visión objetiva sobre la Evangelización de América, por lo menos así lo plantea el escritor, es por eso que éste se referirá a los dominicos sin menospreciar lo realizado por otras órdenes religiosas, clérigos seculares, etc.

Según el autor, los dominicos iniciaron su activada en el Nuevo Continente fieles a su identidad como orden religiosa, claro que hubo excepciones, pero en líneas generales fue así, eso se ve en las semejanzas en los distintos puntos geográficos evangelizadores: La Española, México, Perú y Filipinas. El siglo XVI presenta algo común, el espíritu dominicano comienza a decaer por varios motivos, en España fue pasándose el ardor de la reforma, en América los conventos fueron enriqueciéndose; la división entre criollos y frailes hispanos, la ley de "las alternativas" que  en muchos propició la pérdida de la ilusión evangelizadora; la lucha por defender las parroquias, la disminución de frailes, etc., por eso, según el escritor, este siglo es un siglo de fidelidad al carisma.

 

Respecto al carisma en sí, en líneas generales, la voluntad de Santo Domingo fue formar una comunidad regular cuya vida colaborara directamente con la Evangelización. Se inspira en la imitación de la vida Apostólica centrada en dos momentos: "el Cenáculo" y la "predicación itinerante", se abandonaban a la divina Providencia, los miembros de esta comunidad eran guiados por un prior y un capítulo conventual. Sus pilares eran: observancia regular, estudio, oración y apostolado, observar esto no solo para uno mismo sino de cara a la predicación y salvación de las almas. Domingo de Guzmán recibió este carisma para responder a una necesidad concreta de la Iglesia: el Evangelio se anuncia deficientemente, le urgía una Nueva Evangelización, el descubrir nuevamente el significado de la verdad y de la fe y las consecuencias que el error y la incredulidad llevaban consigo. Con el paso del tiempo, en el siglo XIV, el carisma perdió intensidad y vigor: la observancia estricta se relajó y llegó a ser casi inoperante, el estudio y la predicación de la verdad llegaron a casi a desaparecer, en el siglo XV esta decadencia empezó a ser subsanada, se llegó a una "reforma" de la Orden, debido al deseo de volver al Espíritu propio de la vocación dominicana, algunas situaciones y personas hicieron este proceso de reforma más largo: la intrusión del Rey Fernando, entre otros, las disensiones entre los mismos dominicos para llegar a un acuerdo respecto del justo medio entre la observancia y la predicación; este problema no será resuelto del todo. La figura de fray Juan Hurtado de Mendoza es importante por la restauración del carisma de Domingo de Guzmán y de las misiones de la Orden al Nuevo Continente. Fray Juan Hurtado ocupó el cargo de prior del convento de Santo Tomás de Ávila, lugar de donde va a partir la primera expedición de dominicos y cuya influencia posterior dará lugar a un estilo propio de evangelización y a una forma nueva de concebir la misión que después llegará a México, Perú y Filipinas.

 

El carisma dominicano en la evangelización de América se entiende partiendo del carisma de Domingo concretado en un centro: una comunidad evangelizadora viviendo el "dominicanismo" en la evangelización. El carisma de Domingo surgió a partir del contacto que tuvo con la pobreza de la gente, con la humanidad doliente. Esta característica volvió a surgir en los dominicos americanos, van a ver como los indios tantas veces sufrían toda clase de vejaciones. Este período, desde 1503, los dominicos y luego otras órdenes, se muestran en contra del régimen que se vivía en el Nuevo Mundo. El comentario que hace el autor sobre la realidad que se vivía en esta parte del mundo, hace ver de manera más o menos clara que tiene una postura un tanto de la teología de la liberación, por lo que creo suficiente nombrar solo algunos aspectos que se vivían en América por aquellos años, según el autor los indios eran considerados poco menos que bestias, había mucha laxitud política que llevaban a grandes injusticias contra los nativos, según la visión de este autor los soberanos y los encargados del Consejo de Indias tenían buenos deseos que se veían entorpecidos por la actuación de las autoridades interiores en las colonias. Esta situación hizo que los religiosos sentaran postura y criticaran duramente a los encomenderos, quienes los consideraron luego como enemigos.

 

La labor llevada por los dominicos en el siglo XVI en el Nuevo Mundo fue enmarcada por la pobreza, esto les daba una libertad de anunciar el Evangelio sin las ataduras de las riquezas, de forma libre. Esta experiencia de pobreza, que en el fondo era una experiencia de libertad absoluta, les llevó a ser verdaderamente una comunidad, es decir, a vivir en auténtica unidad. A pesar de la simplicidad de vida, una característica notable de la Orden de Predicadores, era que no menospreciaban la formación intelectual, los frailes que iban a España estudiaban en los principales centros de estudio, muchos de ellos eran doctores, maestros o lectores en Teología, Sagrada Escritura o Cánones.

 

Como punto final, no por eso el menos importante, vale destacar que los dominicos fueron ante todo evangelizadores, sus ansias de convertir el Nuevo Mundo a la fe cristiana les hizo abandonar los claustros conventuales y las cátedras. El espíritu de Domingo era el de construir la Iglesia por medio de la Palabra, del anuncio del Evangelio, por ello fundaron conventos en lugares clave como centros de predicación y de misiones itinerantes. El modo de evangelizar era característico, el anuncio era pausado, metodológico  paciente, se funda en la fuerza de la palabra, aprender bien la lengua, que el predicador este respaldado por una vida apostólica y mostrar una paciencia y bondad sin límites. Ellos nunca se presentaron como una autoridad personal, cultural o étnica, su predicación no era otra cosa que obediencia al mandato de Dios. Otra característica de la misión dominicana fue la elección de lugares difíciles como establecimiento, allí donde las otras órdenes no iban.

 

En conclusión, un elemento que estuvo presente durante toda la labor de los dominicos en América en el siglo XVI, que hasta ahora no ha sido nombrado,  fue la función del silencio, la oración y la contemplación; esto diferencia al monje del fraile. Mediante este elemento, los dominicos descubren que el Evangelio no llega con suficiente nitidez a los hombres en aquellas tierras, tanto a españoles como a indígenas, por lo que estos no están en grado de experimentar el don de la salvación. Además el silencio y la oración ayudan a tomar decisiones adecuadas a la hora de realizar una labor evangelizadora. La predicación de los dominicos no se sitúa a nivel meramente moral o moralizante, son muchos más teológicos: todo parte de una experiencia de Dios, pero para ello se necesita que alguien predique el Evangelio. Estos elementos del silencio, la oración y la contemplación les hace capaces de ponerse en dos líneas: son hombres cercanos a Dios y extraordinariamente sensibles a los problemas concretos de los hombres. 

 

Como dijimos al inicio toda esta radicalidad en la observancia de la pobreza y de la unanimidad fue perdiendo intensidad. Los conventos se fueron enriqueciendo,  y la unanimidad desapareció por completo a finales del siglo XVI cuando tuvo lugar el problema de las "alternativas" entre criollos y frailes hispanos. Las crecientes discusiones internas y partidismos entre ambos grupos originaron la pérdida de interés de los frailes por la evangelización que prefirieron discutir y gastar energías en ver quien debía ocupar los cargos más importantes. Todo esto llevó a que también decayese la dedicación a la oración, al estudio, a la preocupación por los pobres, etc. Esta tendencia en el carisma dominicano llegó a su punto más álgido en el siglo XVIII momento en el que muchas provincias de dominicos estaban a punto de extinguirse. Vale destacar que aún con lo que se vivía, la Evangelización en el Nuevo Mundo nunca se ha detenido, el Señor ha suscitado siempre carismas que llevasen la Buena Noticia allí donde fuera necesario hacerlo.

 

 

 

Pedro M. Duarte C. Estudiante de la Facultad de Teología "Redemptoris Mater"