domingo, 5 de julio de 2015

En 1991 se publicó este documento pontificio que globalmente condena el racismo y que levantó ampollas ante situaciones concretas acerca de la obra de España en América. En su momento presenté mi crítica y sugerencias que alguna revista publicó.


http://www.mercaba.org/CONSEJOS/PAX/racismo_01.htm

PONTIFICIA COMISION
«IUSTITIA ET PAX»
LA IGLESIA ANTE EL RACISMO PARA UNA SOCIEDAD MAS FRATERNA

 

INTRODUCCIÓN

PRIMERA PARTE
LAS CONDUCTAS RACISTAS EN EL CURSO DE LA HISTORIA 

SEGUNDA PARTE
FORMAS ACTUALES DEL RACISMO

TERCERA PARTE 
LA DIGNIDAD DE TODA RAZA Y LA UNIDAD DEL GENERO HUMANO. VISION CRISTIANA

CUARTA PARTE
CONTRIBUCION DE LOS CRISTIANOS A LA PROMOCIÓN, CON LOS DEMÁS, DE LA FRATERNIDAD Y LA SOLIDARIDAD ENTRE LAS RAZAS

INTRODUCCIÓN

Los prejuicios o las conductas racistas siguen empañando las relaciones entre las personas, los grupos humanos y las naciones. La opinión pública se conmueve siempre más. Y la conciencia moral no puede de ninguna manera aceptar tales prejuicios o conductas.

La Iglesia es particularmente sensible a las actitudes discriminatorias: el mensaje que ella recibe de la Revelación bíblica afirma vigorosamente la dignidad de cada persona creada a imagen de Dios, la unidad del género humano en el designio del Creador y la dinámica de la reconciliación realizada por el Cristo Redentor, quien ha derribado el muro de odio que separaba los mundos contrapuestos[1] para recapitular en sí la humanidad entera.

En virtud de esto, el Santo Padre ha confiado la Pontificia Comisión "Iustitia et Pax" la misión de ayudar a esclarecer y estimular las conciencias acerca de esta cuestión capital: el recíproco respeto entre los grupos étnicos y raciales y su convivencia fraterna. Esto supone a su vez un lúcido análisis de ciertos hechos complejos del pasado y del presente y una apreciación imparcial de las deficiencias morales o las iniciativas positivas, a la luz de los principios éticos fundamentales del mensaje cristiano.

Cristo ha denunciado el mal, incluso con riesgo de su vida; lo ha hecho no para condenar, sino para salvar.

A ejemplo suyo, la Santa Sede siente el deber de estigmatizar proféticamente las situaciones condenables, pero se cuida bien de condenar o excluir las personas; querría en cambio ayudarlas a verse libre de esas situaciones mediante un esfuerzo determinado y progresivo. Desea, con realismo, animar la esperanza de una renovación que siempre es posible, y proponer orientaciones pastorales adecuadas, a los cristianos como a los hombres de buena voluntad, preocupadas por conseguir los mismos fines.

El presente documento se propone examinar ante todo el fenómeno del racismo en sentido estricto. No obstante, trata también ocasionalmente de algunas otras manifestaciones (actitudes conflictivas, intolerancia, prejuicios) en la medida en que tales manifestaciones están vinculadas al racismo o conllevan elementos racistas. A la luz de su tema central, el documento subraya así las conexiones existentes entre ciertos conflictos y los prejuicios raciales.


 

PRIMERA PARTE
LAS CONDUCTAS RACISTAS EN EL CURSO DE LA HISTORIA[2]

2. Las conductas y las ideologías racistas no han comenzado ayer; hunden sus raíces en la realidad del pecado desde el origen del género humano, tal como la Biblia nos lo presenta con el relato acerca de Caín y Abel y de la Torre de Babel.

Históricamente, el prejuicio racista en sentido estricto, en cuanto conciencia de la superioridad biológicamente determinada de la propia raza o grupo étnico respecto de los otros, se ha desarrollado sobre todo a partir de la práctica de la colonización y la esclavitud, al principio de la época moderna. Si se mira, a ojo de águila, la historia de las civilizaciones precedentes, al Occidente como al Oriente, al Norte como al Sur, se encuentran ya comportamientos sociales injustos o discriminatorios, si bien no siempre racistas, en propiedad de términos.

La antigüedad greco-romana, por ejemplo, no parece haber conocido el mito de la raza. Los griegos estaban ciertamente convencidos de la superioridad cultural de su civilización, pero no por eso consideraban los pueblos que llamaban "bárbaros" como inferiores por razones biológicas congénitas. No cabe duda que la esclavitud mantenía un número considerable de individuos en una situación deplorable, tenidos por "objetos" a disposición de sus dueños. Pero, originariamente, se trataba sobre todo de miembros de los pueblos sometidos por la guerra, no de grupos humanos despreciados por la raza.

El pueblo hebreo, según atestiguan los libros del Antiguo Testamento, era consciente, a un grado único, del amor de Dios por él, manifestado bajo la forma de una alianza gratuita entre Dios y el pueblo. En ese sentido, objeto de la elección y de la promesa, era un pueblo aparte de los otros pueblos. Pero el criterio de la distinción era el plan de salvación que Dios despliega en el curso de la historia. Israel era considerado como la propiedad personal del Señor entre todos los pueblos[3]. El lugar de esos otros pueblos en la historia de la salvación no fue siempre bien percibido desde el principio, y a veces esos pueblos eran estigmatizados en la predicación profética, en la medida en que permanecían idólatras. Pero no fueron objeto ni de menosprecio ni de una maldición divina a causa de su diferencia étnica. El criterio de la distinción era religioso. Y un cierto universalismo comenzaba a ser entrevisto.

Según el mensaje de Cristo, en orden al cual el pueblo de la Antigua Alianza debía preparar la humanidad, la salvación es ofrecida a la totalidad del género humano, a toda creatura y a todas las naciones[4]. Los primeros cristianos aceptaban de buen grado que se los considerara como el pueblo de la "tercera raza", conforme a una expresión de Tertuliano[5]; no ciertamente en sentido racial, sino en el sentido espiritual de nuevo pueblo, en el cual confluyen, reconciliadas por Cristo, las dos primeras razas humanas desde una óptica religiosa: los judíos y los paganos. Igualmente, la Edad Media cristiana distinguía los pueblos según criterios religiosos, en cristianos, judíos e "infieles". Y, a causa de ello, dentro de los límites de la Cristiandad, los judíos, testigos de un rechazo tenaz de la fe en Cristo, conocieron a menudo graves humillaciones, acusaciones y proscripciones.

 

3. Con el descubrimiento del Nuevo Mundo, las actitudes cambian. La primera gran corriente de colonización europea es acompañada de hecho por la destrucción masiva de las civilizaciones pre-colombinas y por la sujeción brutal de sus habitantes. Si los grandes navegantes de los siglos XV y XVI eran libres de prejuicios raciales, los soldados y los comerciantes no practicaban el mismo respeto: mataban para instalarse, reducían a esclavitud los "indios" para aprovecharse de su mano de obra, como después de la de los negros, y se empezó a elaborar una teoría racista para justificarse.

Los Papas no tardaron en reaccionar. El 2 de junio de 1537, la bula Sublimis Deus de Pablo III denunciaba a los que sostenían que "los habitantes de las Indias occidentales y de los continentes australes... debían ser tratados como animales irracionales y utilizados exclusivamente en provecho y servicio nuestro"; y el Papa afirmaba solemnemente: "Resueltos a reparar el mal cometido, decidimos y declaramos que estos indios, así como todos los pueblos que la cristiandad podrá encontrar en el futuro, no deben ser privados de su libertad y de sus bienes -sin que valgan objeciones en contra-, aunque no sean cristianos, y que, al contrario, deben ser dejados en pleno gozo de su libertad y de sus bienes"[6]. Las directivas de la Santa Sede eran así de claras, incluso si, por desgracia, su aplicación conoció en seguida varias vicisitudes. Más tarde, Urbano VIII llegaría a excomulgar los que retuvieran a indios como esclavos.

Por su parte, los teólogos y los misioneros habían asumido ya la defensa de los autóctonos. El compromiso decidido en favor de los indios de un Bartolomé de Las Casas, soldado ordenado sacerdote, luego profeso dominico y obispo, seguido pronto por otros misioneros, conducía los gobiernos de España y Portugal al rechazo de la teoría de la inferioridad humana de los indios y a la imposición de una legislación protectora, de la cual se beneficiarán tambien, de algún modo, un siglo más tarde, los esclavos negros traídos de Africa.

La obra de de Las Casas es uno de los primeros aportes a la doctrina de los derechos universales del hombre, fundados sobre la dignidad de la persona, independientemente de toda afiliación étnica o religiosa. A su zaga, los grandes teólogos y juristas españoles, Francisco de Vitoria y Francisco Suárez, iniciadores del derecho de gentes, desarrollaron esta doctrina de la igualdad fundamental de todos los hombres y de todos los pueblos. Sin embargo, la estrecha dependencia en que el regimen del Patronato mantenía al clero del Nuevo Mundo no siempre permitió a la Iglesia tomar las decisiones pastorales necesarias.

 

4. En el contexto del menosprecio racista, aunque la motivación dominante fuera la de procurarse mano de obra barata, no se puede dejar de mencionar aquí la trata de negros, traídos de Africa, por dinero, hacia las tres Américas, en centenares de miles. El modo de captura y las condiciones de transporte eran tales que un gran número desaparecía antes de la partida o antes de llegar al Nuevo Mundo, donde eran destinados a los trabajos más penosos prácticamente como esclavos. Ese comercio comenzó ya en 1562 y la esclavitud consiguiente perduró por casi tres siglos. Los Papas y los teólogos, como asimismo numerosos humanistas, protestaron contra esta práctica. León XIII la ha condenado con vigor en su encíclica In plurimis del 5 de mayo 1888, felicitando al Brasil por haberla abolido. El presente documento coincide con el centenario de este texto memorable. El Papa Juan Pablo II no vaciló, en su discurso a los intelectuales africanos, en Yaoundé (13 de agosto 1985), en deplorar que personas pertenecientes a naciones cristianas hayan contribuido a la trata de negros.

 

5. Preocupada siempre de mejorar el respeto a las poblaciones indígenas, la Santa Sede no ha dejado de insistir en que se mantuviera una cuidadosa distinción entre la obra de evangelización y el imperialismo colonial, con el cual se corría el peligro de verla confundida. La Sagrada Congregación de Propaganda Fide fue creada, en 1622, con esta inspiración. En 1659, la Congregación dirigía a los "vicarios apostólicos a punto de partir hacia los reinos chinos de Tonkín y la Cochinchina" una esclarecedora Instrucción acerca de la actitud de la Iglesia ante los pueblos a los que se abría ahora la posibilidad de anunciar el Evangelio[7].

Allí donde los misioneros permanecieron en una más estrecha dependencia de los poderes políticos, les fue más difícil poner freno a la voluntad de dominio de los colonizadores. A vece, los han incluso apoyado, recurriendo a interpretaciones falaces de la Biblia[8].

 

6. En el siglo XVIII, una verdadera ideología racista ha sido forjada, opuesta a las enseñanzas de la Iglesia, en contraste también con el empeño de algunos filósofos humanistas en pro de la dignidad y libertad de los esclavos negros, que eran entonces objeto de un desvergonzado comercio de considerables proporciones. Esta ideología creyó poder encontrar en la ciencia la justificación de sus prejuicios. Apoyándose en la diferencia de los rasgos físicos y en el color de la piel, entendía concluir a una diversidad esencial, de carácter biológico hereditario, a fin de afirmar que los pueblos sometidos pertenecían a "razas" intrínsecamente inferiores, en cuanto a sus cualidades mentales, morales o sociales. La palabra "raza" es utilizada por primera vez, a fines del siglo XVIII, para clasificar biológicamente los seres humanos. El siglo siguiente, esto condujo a interpretar la historia de las civilizaciones en términos biológicos, como una competencia entre razas fuertes y débiles, éstas genéticamente inferiores a las otras. La decadencia de las grandes civilizaciones se explicaría por su "degeneración", es decir, por la mezcla de razas que comprometía la pureza de la sangre[9].

 

7. Semejantes afirmaciones encontraron un eco considerable en Alemania. Es sabido que el partido totalitario nacional socialista erigió la ideología racista en fundamento de su programa demencial, encaminado a la eliminación física de aquéllos que juzgaba pertenecer a "razas inferiores". El partido en cuestión se hizo responsable de uno de los más grandes genocidios de la historia. Su locura homicida hirió en primer término al pueblo judío, en proporciones inauditas; luego a otros pueblos, como los Gitanos y Tziganos, todavía a otras categorías de personas, como los lisiados o los enfermos mentales. Del racismo al eugenismo no había más que un paso, rápidamente franqueado.

La Iglesia no ha dejado de alzar su voz[10]. El Papa Pío XI condenó sin ambajes las doctrinas nazis en su encíclica Mit brennender Sorge, declarando que: "Quien toma la raza, o el pueblo o el Estado... o cualquier otro valor fundamental de la comunidad humana... para separarlo de la escala de valores... y los diviniza por un culto idolátrico, pervierte y falsifica el orden de las cosas creado y establecido por Dios"[11]. El 13 de abril de 1938, el Papa hacía que la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades dirigiera a todos los rectores y decanos de Facultades una carta, imponiendo a todos los profesores de teología la obligación de refutar, según el método propio de cada disciplina, las seudo-verdades científicas con las cuales el nazismo intentaba justificar su ideología racista[12]. El mismo Pío XI preparaba, ya desde 1937, una gran encíclica sobre la unidad del género humano, que debía condenar el racismo y el antisemitismo. Fue sorprendido por la muerte antes de que pudiera publicarla. Su sucesor, Pío XII, incorporó algunos elementos en su primera encíclica Summi Pontificatus[13], y sobre todo en el Mensaje de Navidad de 1942, donde afirmaba que entre los falsos postulados del positivismo jurídico "hay que incluir una teoría que reivindica para tal nación, tal raza, tal clase, el "instinto jurídico", imperativo supremo y norma inapelable". Y el Papa lanzaba a la vez un llamado vibrante en favor de un orden social nuevo y mejor: "Este empeño, la humanidad lo debe a centenares de miles de personas, que sin la menor culpa de su parte, sino a veces simplemente porque pertenecen a tal raza o a tal nacionalidad, son destinadas a la muerte o a una progresiva consunción"[14]. En la misma Alemania, hubo entonces una valiente resistencia del catolicismo, de la cual el Papa Juan Pablo II se ha hecho eco el 30 de abril de 1987[15], con ocasión de su segundo viaje a ese país.

La insistencia en el drama del racismo nazi no debe hacer caer en el olvido otras exterminaciones en masa de poblaciones, como los armenios al acabar la primera guerra mundial y, más recientemente, una parte importante del pueblo cambogiano, por razones ideológicas.

La memoria de los crímenes así cometidos no debe ser jamás cancelada: las jóvenes generaciones y las todavía por venir deben saber a qué extremos el hombre y la sociedad son capaces de llegar, cuando ceden al poder del desprecio y el odio.

En Asia y Africa, hay todavía sociedades donde reina una muy neta división entre castas diferentes, así como otras estratificaciones sociales, de difícil superación. El mismo fenómeno de la esclavitud, otrora universal en el tiempo y en el espacio, no se puede considerar, por desgracia, del todo liquidado. Estas manifestaciones negativas, y muchas otras que se podría enumerar, si no dependen siempre de concepciones filosóficas racistas, en el sentido propio de la palabra, revelan no obstante la existencia de una tendencia bastante extendida e inquietante a servirse de otras creaturas humanas para los fines propios, y de ese modo, a considerarlas como de menor valor, y, por así decir, de inferior categoría.

 


 

SEGUNDA PARTE
FORMAS ACTUALES DEL RACISMO

8. El racismo no ha desaparecido todavía; incluso se es testigo aquí y allá de inquietantes resurgimientos, que se presentan bajo formas diferentes, espontáneas, oficialmente toleradas o institucionalizadas. En efecto, si las situaciones de segregación, fundadas sobre teorías raciales son, al presente, en el mundo, una excepción, no se puede decir lo mismo de ciertos fenómenos de exclusión o de agresividad, de los cuales son víctimas ciertos grupos de personas, cuya apariencia física, características étnicas, culturales o religiosas, difieren de las propias del grupo dominante, y son por él interpretadas como indicios de una inferioridad innata y definitiva, apta a justificar cualquier práctica discriminatoria respecto de ellos. Pues, si la raza define un grupo humano en función de ciertos rasgos físicos inmutables y hereditarios, el prejuicio racial, que dicta los comportamientos racistas, puede extenderse, con los mismos efectos negativos, a todas las personas cuyo origen étnico, lengua, religión y costumbres señalan como diversas.

 

9. La forma más patente de racismo, en sentido propio, que se presenta hoy día, es el racismo institucionalizado, sancionado todavía por la constitución y las leyes de un país y justificado por una ideología de superioridad de las personas de origen europeo sobre las de origen africano, indio o "de color", a veces sustentada por una interpretación aberrante de la Biblia. Es el régimen de apartheid o del "separate development". Este régimen se caracteriza, desde tiempo atrás, por una segregación radical, en varias manifestaciones de la vida pública, entre las poblaciones negra, mestiza, india y blanca. Esta última, aunque minoritaria numéricamente, es la única detentora del poder político y se considera dueña de la inmensa mayoría del territorio. Todo sudafricano es definido por una raza que le es atribuida reglamentariamente. Si bien en los últimos años, se han dado algunos pasos en dirección de una reforma, la mayoría de la población negra permanece excluida de la real representación en el gobierno nacional y no disfruta de la ciudadanía sino de nombre. Muchos son asignados a "homelands" poco viables, que son además económica y políticamente dependientes del poder central. La mayoría de las Iglesias cristianas del país han denunciado la política de segregación. La comunidad internacional[16] y la Santa Sede[17] se han pronunciado también enérgicamente en el mismo sentido.

Africa del Sud es un caso extremo de una concepción de la desigualdad de las razas. La prolongación del estado de represión del cual es víctima la población mayoritaria es cada vez menos tolerada. Esto conlleva, entre los que son así oprimidos, un germen de reflejos racistas tan inaceptables como aquéllos que hoy padecen. Por esta razón es urgente superar el abismo de los prejuicios, a fin de construir el futuro sobre los principios de la igual dignidad de todos los hombres. La experiencia ha podido mostrar, en otros casos, que evoluciones pacíficas son posibles en este terreno. La comunidad sudafricana y la comunidad internacional deben poner por obra todos los medios para favorecer un diálogo correcto entre los protagonistas. Es importante desterrar el miedo que provoca tanta rigidez. Es importante igualmente evitar que los conflictos internos sean explotados por otros, en detrimento de la justicia y la paz[18].

 

10. En un cierto número de países, subsisten todavía formas de discriminación racial respecto de las poblaciones aborígenes, las cuales no son, en muchos casos, más que los restos de la población original de esas regiones, sobrevivientes de verdaderos genocidios, realizados en otro tiempo por los invasores o tolerados por los poderes coloniales. Y no es raro que esas poblaciones aborígenes resulten marginadas respecto al desarrollo del país.

En varios casos, la suerte que les cabe se acerca, de hecho sino de derecho, a los regímenes segregacionistas, en la medida en que quedan acantonadas en territorios estrechos y sometidos a estatutos que los nuevos ocupantes les han otorgado, casi siempre por un acto unilateral. El derecho de los primeros ocupantes a una tierra, a una organización social y política que preserve su identidad cultural, aún en la apertura a los demás, les debe ser garantizado. A este respecto, la justicia requiere que, acerca de las minorías aborígenes a menudo exiguas como número, dos escollos opuestos sean evitados: por una parte, que se las acantone en reservas como si debieran habitar en ellas para siempre, replegadas hacia su pasado; y por la otra, que se las someta a una asimilación forzada, sin consideración de su derecho a mantener una identidad propia. Ciertamente, las soluciones son difíciles: la historia no puede ser rescrita. Pero se puede encontrar formas de convivencia que tomen en cuenta la vulnerabilidad de los grupos autóctonos y les brinde la posibilidad de ser ellos mismos en el contexto de conjuntos más amplios, a los que pertenecen con pleno derecho. La integración más o menos intensa en la sociedad circunstante debe poder realizarse conforme a su elección libre[19].

 

11. Otros Estados conservan, en diverso grado, restos de una legislación discriminatoria, que limita apreciablemente los derechos civiles y religiosos de aquéllos que pertenecen a minorías de religión diferente, miembros en general de grupos étnicos diversos de aquél al cual pertenece la mayoría de los ciudadanos. En razón de tales criterios religiosos y étnicos, los miembros de esas minorías, aún si se les otorga hospitalidad, no pueden obtener, en el caso de que la solicitaran, la ciudadanía del país donde residen y trabajan. Sucede también que la conversión a la fe cristiana comporta la pérdida de la ciudadanía. Estas personas son siempre, en todo caso, ciudadanos de segunda categoría, en cuanto concierne, por ejemplo, la educación superior, el alojamiento, el empleo, especialmente en los servicios públicos y la administración de las comunidades locales. En este contexto se debe mencionar también aquellas situaciones en que, en un mismo país, se impone a otras comunidades la propia ley religiosa con sus consecuencias en la vida diaria, como por ejemplo la "sharia" en algunos estados de mayoría musulmana.

 

12. De manera general, hay que mencionar aquí el "etnocentrismo", actitud bastante difundida, según la cual un pueblo tiende naturalmente a defender su identidad, denigrando la de otros, hasta el extremo de negarles, simbólicamente al menos, la cualidad humana. Semejante conducta responde sin duda a una instintiva necesidad de proteger los propios valores, creencias y costumbres, percibidos como puestos en peligro por los demás. Se ve a qué consecuencias extremas puede llevar ese sentimiento, si no es purificado y relativizado por la apertura recíproca, por la información objetiva y el mutuo intercambio. El rechazo de la diversidad puede conducir hasta aquélla forma de aniquilación cultural, que los etnólogos llaman "etnocidio", la cual no tolera la presencia del otro si no en cuanto se deja asimilar a la cultura dominante.

Rara vez las fronteras políticas de un país coinciden exactamente con las de los pueblos, y casi todos los Estados, sean ellos de constitución antigua o reciente, conocen el problema de minorías alógenas instaladas dentro de las propias fronteras. Cuando los derechos de las minorías no son respetados, los antagonismos pueden tomar el aspecto de conflictos étnicos y generar reflejos racistas y tribales. De este modo, el fin de regímenes coloniales y de situaciones de discriminación racial no ha traído siempre consigo el ocaso del racismo en los nuevos Estados independientes de Africa y de Asia. Dentro de las fronteras artificiales, heredadas de las potencias coloniales, la cohabitación entre grupos étnicos de tradiciones, lenguas, culturas, incluso religiones diferentes, choca a menudo con el obstáculo de una hostilidad recíproca de tipo racista. Las oposiciones tribales ponen a veces en peligro, si no la paz, al menos la búsqueda del bien común al conjunto de la sociedad, creando así dificultades a la vida de las Iglesias y a la acogida de pastores de otro origen étnico. Incluso cuando las Constituciones de esos países afirman formalmente la igualdad de todos los ciudadanos entre sí y ante la ley, no es extraño que unos grupos étnicos dominen a otros y les rehusen el pleno disfrute de sus derechos[20]. A veces, estas situaciones de hecho han desembocado en conflictos sangrientos, siempre presentes a la memoria. Otras veces todavía, los poderes públicos no dudan en aprovechar las rivalidades étnicas como diversivo de sus dificultades internas, con gran detrimento del bien común y de la justicia que están llamados a servir.

Es importante subrayar aquí que se dan situaciones análogas, cuando, por rabones complejas, poblaciones enteras son mantenidas en estado de desarraigo, refugiadas fuera del país donde estaban legítimamente instaladas, a menudo carentes de techo, y en todo caso, sin patria; o bien, cuando, residentes en la propia tierra, se encuentran en condiciones humillantes 21.

 

13. No es exagerado afirmar que, dentro de un mismo país y de un mismo grupo étnico, pueden darse formas de racismo social, cuando, por ejemplo, inmensas masas de campesinos pobres son tratados sin ninguna consideración por su dignidad y sus derechos, expulsados de sus tierras, explotados y mantenidos en un estado de inferioridad económica y social por propietarios omnipotentes, que gozan además de la inercia o la activa complicidad de las autoridades. Son nuevas formas de esclavitud, frecuentes en el Tercer Mundo. No hay mucha diferencia entre aquéllos que consideran inferiores a otros hombres por razón de su raza, y aquéllos que tratan como inferiores a sus propios conciudadanos cuya mano de obra explotan. Es necesario que, en este caso, los principios de justicia social sean eficazmente aplicados. Se evitará así entre otras cosas, que las clases demasiado privilegiadas lleguen a abrigar sentimientos propiamente "racistas" hacia los propios conciudadanos y encuentren en ello un pretexto más para mantener estructuras injustas.

 

14. Más universal y más extendido, sobre todo en países de fuerte inmigración, es el fenómeno del racismo espontáneo, que es dable observar entre los habitantes de esos países respecto de los extranjeros, especialmente cuando éstos se distinguen por su origen étnico y su religión. Los prejuicios con los cuales estos inmigrantes son con frecuencia recibidos, corren el riesgo de desencadenar reacciones que se pueden manifestar al principio por un nacionalismo exacerbado, más allá del legítimo orgullo por la propia patria e incluso de un superficial chauvinismo, degenerando después fácilmente en xenofobia o incluso en odio racial. Tales actitudes reprensibles nacen de un temor irracional, provocado a menudo por la presencia del otro y la necesidad de confrontarse con lo diverso. El objetivo expreso o implícito que las inspira es la negación al otro del derecho a ser lo que es, y en todo caso del serlo "entre nosotros". Puede haber, sin duda, problemas de equilibrio de poblaciones, de identidad cultural y de seguridad. Pero deben ser resueltos en el respeto del otro, con la confianza también en la riqueza que aporta la diversidad humana. Ciertos grandes países del Nuevo Mundo han recibido un aumento de vitalidad de ese crisol de culturas. Por el contrario, el ostracismo y los múltiples vejámenes de los cuales son a menudo víctima refugiados o inmigrantes, exigen reprobación, mientras tienen como resultado el empujarles a estrechar sus filas, a vivir por así decir en un ghetto; y esto a su vez retrasa su integración en la sociedad que los ha recibido, desde el punto de vista administrativo, pero no de manera plenamente humana.

 

15. Entre las manifestaciones de desconfianza racial sistemática, es preciso volver aquí explícitamente sobre el antisemitismo. Ha sido ciertamente la forma más trágica que la ideología racista ha asumido en nuestro siglo, con los horrores del "holocausto" judío[22], pero por desgracia no ha desaparecido todavía del todo. Parece, en efecto, que algunos no hubieran aprendido nada de los crímenes del pasado: hay organizaciones que alimentan, mediante ramificaciones en numerosos países, el mito racista antisemita, con el apoyo de una red de publicaciones. En estos últimos años, se han multiplicado los actos de terrorismo que tienen por mira personas y símbolos judíos y muestran la radicalización de esos grupos. El antisionismo -de otro orden, ya que consiste en una contestación del Estado de Israel y su política- sirve a veces de cobertura al antisemitismo, se nutre de él y lo promueve. Además, ciertos países aducen pretextos seudo-jurídicos y ponen restricciones a una libre emigración de los judíos.

 

16. Un temor difuso ante la posible aparición de nuevas formas, todavía desconocidas, de racismo, se expresa ocasionalmente a propósito del uso que se podría hacer de las "técnicas de procreación artificial", con la fecundación in vitro y las posibilidades de manipulación genética. Si bien tales temores se inspiran en parte todavía de hipótesis, no dejan de llamar la atención de la humanidad sobre una nueva inquietante dimensión del poder del hombre sobre el hombre, y en consecuencia, sobre la urgencia de la ética correspondiente. Es necesario que el derecho determine, cuanto antes, barreras infranqueables, a fin de que esas "técnicas" no caigan en manos de poderes abusivos e irresponsables, dedicados a "producir" seres humanos seleccionados según criterios de raza, u otras peculiaridades, cualesquiera sean. Se podría ser testigo así del resurgimiento del funesto mito del racismo eugénico, cuyos efectos desastrosos el mundo ha ya padecido[23]. Un abuso parecido consistiría en evitar que vinieran al mundo seres humanos de tal o cual categoría social o étnica, mediante el recurso al aborto y a campañas de esterilización. Cuando se esfuma el respeto absoluto que se debe a la vida y a su transmisión, conforme a la voluntad del Creador, es de temer que desaparezca a la par todo freno moral al poder de los hombres, incluido el de elaborar una humanidad a la triste imagen de esos aprendices de brujo.

A fin de rechazar con firmeza tales modos de proceder, y extirpar de nuestras sociedades las conductas racistas, cualesquiera fuesen, y las mentalidades que a ellas conducen, es necesario poseer profundas convicciones acerca de la dignidad de toda persona y de la unidad de la familia humana. La moral brota de estas convicciones. Las leyes pueden contribuir a la salvaguardia de las aplicaciones esenciales de la moral. Pero no bastan para cambiar el corazón del hombre. El momento llega, pues, de escuchar el mensaje de la Iglesia que estructura aquellas convicciones y les brinda su fundamento.

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[1] Cf. Ef. 2, 14.

[2] La intención de estas páginas no es hacer una historia completa del racismo, ni de la actitud de la Iglesia a su respecto, sino tan sólo enumerar algunos puntos salientes de esa historia y subrayar la coherencia de la enseñanza del Magisterio frente al fenómeno racista. Al hacerlo no se pretende disimular las debilidades y, a veces, también las connivencias tanto de los hombres de Iglesia como de los simples cristianos.

[3] Cf. Ex. 19, 5.

[4] Cf. Mc. 16, 15; Mt. 28, 19.

[5] Ad. Nat. I, 8; PL 1, 601.

[6] Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas posesiones españolas de América y Oceanía, vol. 7, Madrid 1867, 414. Ver también el Breve Pastorale officium del 29-5-1537 al Arzobispo de Toledo, ib. 414; y H. Denzinger - A. Schoenmetzer, Enchiridion Symbolorum, Barcelona 1973.

[7] "No dediquéis vuestro celo, no propongáis ningún argumento para convencer esos pueblos a cambiar sus ritos, sus hábitos y sus costumbres, a menos que sean claramente contrarias a la religión y a la moral. Nada más absurdo que transferir a los chinos, Francia, España, Italia o cualquier otro país de Europa. No llevéis a esos pueblos vuestros países, sino la fe... No procuréis suplantar los usos de esos pueblos con los europeos y tratad de adaptaros vosotros a ellos".
Collectanea S. Congregationis de Propaganda Fide, seu Decreta Instructiones, Prescripta pro apostolicis missionibus (1622-1866), vol. I, Roma 1907, n. 135; Codicis Iuris Canonici Fontes (ed. Card. J. Serédi), Vaticano 1935, vol. VII, n. 4463, p. 20.

[8] Es conocida, entre otras, la interpretación que los fundamentalistas dan de la maldición pronunciada por Noé sobre su hijo Cam, en su nieto Canaán, condenado a ser servidor de sus hermanos (cf. Gen. 9, 24-27). Se engañaban acerca del sentido y el contenido verdadero del texto sagrado, que se refiere a una concreta situación histórica: las relaciones difíciles entre los Cananeos y el pueblo de Israel. Veían en Cam o Canaán el antepasado de los pueblos africanos a ellos sometidos, y en consecuencia, los consideraban como signados por Dios con una imborrable inferioridad que los destinaba a ser para siempre esclavos de los blancos.

[9] Cf. entre otras la obra de J. A. Gobineau, Essai sur l'inegalité des races humaines, 4 vol. París 1853-55. Gobineau se inspiraba de Darwin y extendía a las sociedades y a las civilizaciones las tesis sobre la selección natural de las especies.

[10] El 25-3-1928, un decreto del Santo Oficio condenaba el antisemitismo: AAS XX (1928), 103-104.

[11] AAS XXIX (1937), 149.

[12] Cf. texto francés en Documentation Catholique 1938, 579-580. El Papa Pío XI decía todavía, en un discurso a los miembros del Colegio de Propaganda Fide, el 28-7-1938: "Católico quiere decir universal, no racista, no nacionalista, en el sentido de separación que pueden tener estos dos atributos... No queremos separar nada en la familia humana... La expresión "género humano" revela precisamente la familia humana. Es preciso decir que los hombres son ante todo un único, grande, género, una grande y única familia de seres vivientes... Existe una sola raza humana universal, "católica"... y con ella y en ella, variaciones diversas... Esta es la respuesta de la Iglesia", en L' Osservatore Romano, 30-7-1938.

[13] Cf. Encíclica Summi Pontificatus del 28-10-1939: AAS XXXI (1939), 481-509.

[14] Radiomensaje de Navidad 1942, AAS XXXV (1943), 14; 23.

[15] Ante los obispos de la Conferencia episcopal alemana, reunidos en la Maternushaus de la arquidiócesis de Colonia, el Papa Juan Pablo II ha propuesto el testimonio del Cardenal Conde Clemens August von Galen, de la carmelita Edith Stein, del jesuita Rupert Mayer;... "otros muchos testigos valerosos de la fe que, frente a aquella tiranía inhumana, se opusieron a la arbitrariedad y la injusticia impías movidos por sus convicciones de fe o en nombre de la humanidad... Todos ellos representan a la otra Alemania que no se doblegó ante la brutal arrogancia y la violencia y que, tras el hundimiento definitivo, pudo constituir el núcleo y la fuente de energía para la posterior y grandiosa reconstrucción moral y material" (L' Osservatore Romano, en español, 17 de mayo de 1987, p. 9). 

[16] El 30-11-1973, las Naciones Unidas adoptaron una Convención internacional para la supresión y el castigo del crimen del apartheid. Cf. también, a propósito de las incidencias del apartheid sobre el empleo, la séptima Conferencia Regional de la OIT en Harare (Zimbabwe) del 29-11 al 7-12-1988.

[17] Pablo VI, Alocución al Comité especial de las Naciones Unidas sobre el apartheid, 22-5-1974, L' Osservatore Romano, en español, 9 de junio de 1974, pp. 9-10; Juan Pablo II, Alocución al mismo Comité, 7-7-1984, L' Osservatore Romano, en español, 9 de diciembre de 1984, p. 18; Discurso a los Cuerpos constituidos y al Cuerpo Diplomático en Yaoundé, 12-8-1985 n. 13, L' Osservatore Romano, en español, 1 de setiembre de 1985, p. 8.

[18] Cf. discurso de Juan Pablo II al Cuerpo Diplomático, 11-1-1986 n. 4, L' Osservatore Romano, en español, 19 de enero de 1986, p. 2.

[19] Cf. los siguientes discursos de Juan Pablo II:
- a los indios de Ecuador, en Latacunga, 31-1-1985, L' Osservatore Romano, en español, 10 de febrero de 1985, pp. 16-17;
- a los indios de Perú, en Cuzco, 3-2-1985, L' Osservatore Romano, en español, 17 de febrero de 1985, pp. 9-10.
- a los aborígenes de Australia, en Alice Springs, 29-11-1986, L' Osservatore Romano, en español, 14 de diciembre de 1986, p. 18;
- a los indios de América del Norte, en Phoenix, 14-9-1987, L' Osservatore Romano, en español, 11 de octubre de 1987, p. 20;
- a los indios del Canadá, en Fort Simpson, 20-9-1987, L' Osservatore Romano, en español, 15 de noviembre de 1987, p. 22.
- Cf. también el Mensaje del Papa Juan Pablo II para la Jornada de la Paz 1989: "Para construir la paz, respeta las minorías".

[20] Por lo que toca al Africa, ver Pablo VI, Mensaje Africae Terrarum 20-10-1967, en AAS LIX (1967), 1073-1097; Discurso al Parlamento de Uganda, Kampala, 1-8-1969, AAS LXI (1969), 584-585; Discurso al Cuerpo Diplomático, 14-1-1978, L' Osservatore Romano, en español, 22 de enero de 1978, pp. 2 y 11; Juan Pablo II, Discurso al Cuerpo Diplomático en Yaoundé, 12 de agosto de 1985, nn. 11-12, L' Osservatore Romano en español, 1 de setiembre de 1985, pp. 7-8.

[21] El Papa Juan Pablo II ha recordado a menudo el derecho del pueblo palestino como el del pueblo judío, a tener una patria.

[22] Cf. el discurso de Juan Pablo II cuando su visita a la Sinagoga de Roma, 13-4-1986, L' Osservatore Romano, en español, 20 de abril de 1986, pp. 1 y 12.

[23] Cf. Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación, Donum Vitae, del 22-2-1987, III: "El eugenismo y la discriminación entre los seres humanos podrían verse legitimados, lo cual constituiría un grave atentado contra la igualdad, contra la dignidad y contra los derechos fundamentales de la persona humana".