lunes, 31 de agosto de 2015

¡PARA GRABARLO EN PIEDRA EN LA CATEDRAL DE AREQUIPA!

 

 

Cuando visité Zamora (España) me impresionó gratamente el texto papal grabado en piedra acerca de Zamora.

 

Propongo que la Blanca Ciudad haga lo mismo con las bellas palabras del Papa Pío XII y San Juan Pablo II

 

El título "Roma del Perú" lo usó por vez primera Su santidad Pío XII en su radiomensaje al Congreso Eucarístico Nacional de 1940, en Arequipa. En la obra de Mariano Felipe Paz Soldán... –se le da este mismo título a Cuzco no por su catolicidad sino sus monumentos y su antigüedad: "La ciudad del Cuzco es la Roma del Perú por sus monumentos y recuerdos de la antigüedad" Los sólidos edificios de piedra ajustada de un modo maravilloso;... F. Didot, Geografía del Perú: 1862

 

RADIOMENSAJE DE SU SANTIDAD PÍO XII «EN ESTE SOLEMNE» Domingo 27 de octubre de 1940

A los católicos de todo el Perú reunidos en la ciudad de Arequipa para el Congreso Eucarístico. 

En este solemne día que Nuestro incomparable Predecesor Pío XI consagró a Cristo, Rey inmortal e invisible de los siglos, triunfa la real soberanía del Redentor del mundo, y vosotros triunfáis en Él por vuestra fe, por vuestra esperanza y por aquel amor que supera la fe y la esperanza y os estrecha en Él con una unión mística que imita la suya con el divino Padre. En este triunfo Nos es sobremanera grato elevar la voz de Nuestro gozo paterno y levantar Nuestra mano bendiciente en medio de los aplausos, de los cantos, de los himnos, de la santa alegría que os hacen vibrar en Cristo, a quien ya en el primer Congreso Eucarístico Nacional saludabais y aclamabais con el grito: «Señor, tuyos somos; Cristo Rey, Tu sólo reinarás en el Perú; sólo a Ti te queremos servir».

En Lima, Ciudad de los Reyes, centro de vuestra nación, a la cual la gran Madre patria, la católica España, llevó los preciosos tesoros de la fe, de la civilización cristiana y de la lengua, elegisteis Rey vuestro a Cristo, Rey invisible de los sagrados tabernáculos, y jurasteis en vuestras almas servirle a Él sólo. Ante Él se inclinaron las más altas dignidades del Estado, penetradas como estaban de que ante el Creador del universo, Salvador del género humano, y divino «Pastor y Obispo de vuestras almas» (1P 2, 25), humillarse es exaltarse, servir es reinar, seguir su ley es llevar a los pueblos a la grandeza moral, civil, social, a la paz más firme y a la gloria más noble. En la fúlgida y ardiente luz de fe y de amor a Cristo, apuntasteis entonces por la voz de vuestro Metropolitano y con júbilo del dignísimo Pastor de esa ciudad la aurora de esta jornada de Arequipa, para renovar en un segundo triunfo eucarístico del Rey divino el regocijo de vuestras almas y la exaltación del gran misterio del altar. Reafirmad hoy vuestro grito de Lima; repetid a Cristo la promesa solemne de vuestro servicio, y de vuestra entrega total.

Triunfe también en Arequipa la fe robusta de la capital de vuestra República. Es la fe de Roma; y ¿no ha merecido Arequipa, cuna de la Sierva de Dios Ana de los Ángeles Monteagudo, esplendor de la orden dominicana y orgullo de la nación entera, el título de la «la Roma del Perú»?

Sí; Nuestra fe es la vuestra, y Nos nos postramos con vosotros para adorar a Cristo Rey en el sacramento, unidos a vosotros, a través del océano, por la voz de Nuestros labios y por los latidos de Nuestro corazón, en una visión que os abraza a todos, hijos queridos de la amada tierra del Perú, instruidos en la escuela de las cosas celestiales, guiados a los pastos salutíferos por vuestros eximios Pastores, y hoy reunidos en torno a la persona de Nuestro Legado.

De esta fe católica romana estuvieron animados y con ella vivieron y crecieron vuestros padres y gobernantes, quienes al pie del altar de Cristo, Dios presente y escondido bajo los velos eucarísticos, se inflamaron en el ardor y en el celo de los santos. ¿No es acaso junto al divino tabernáculo donde florecen los lirios de los valles y las rosas de Jericó? ¿No despuntó y se abrió en el jardín de Lima, cual flor primera de santidad de toda la América, cándida como azucena y purpúrea como rosa, la admirable Rosa de Santa María que en el retiro y entre las espinas de la penitencia, emuló el ardor de una Catalina de Sena? El orgullo de esta fe exalta vuestro nombre y hace sagradas muchas páginas de vuestra historia; esa fe elevó sobre los vestigios de la civilización precolombina y sobre las salvajes soledades y hasta más allá de las vertiginosas cimas de vuestros montes, el espíritu misionero que, regenerándolos romanamente, trasformó aquellos pueblos idólatras en devotos hijos de la Esposa de Cristo. Bajo el azul cielo peruano, desde las grandes ciudades a las humildes aldeas, la divina Eucaristía dominó soberana por la abundancia de iglesias, por el número de sacerdotes y religiosos, por el sagrado esplendor de arte que brilla en tabernáculos, ciborios y ostensorios, que aún hoy día son la admiración de los visitantes.

Junto con la alabanza y glorificación de Cristo queréis también, amados hijos de Arequipa, santificar la conmemoración del cuarto siglo de la fundación de vuestra ciudad, poniendo a Dios, Rey inmortal de los siglos, en el arranque del nuevo siglo que se abre; mientras toda la nación peruana se enciende en Arequipa en una fe más firme, en una esperanza más segura, en un amor más férvido por el triunfo solemne de Cristo, preparado por vosotros con celo tan ardiente, con piedad tan solícita y con tan múltiples sacrificios.

Así el triunfo de Cristo Rey, Dios del Altar, corona cuatro siglos de fe y devoción, iniciadas en vuestros padres y continuadas en vosotros, y hace más bella y luminosa la aurora de los nuevos tiempos consagrados por el refulgente esplendor de la Hostia Santa de paz y de amor, verda­dero e inefable prodigio del Rey de Reyes y Señor de los que dominan.

Triunfe, pues, en vosotros la fe que obra por la caridad. Exaltad cuanto podáis a este Rey y Señor del más augusto misterio, porque Él es superior a toda alabanza: Quantum potes, tantum ande, quia maior omni laude, nec laudare sufficis [1]: porque Él es caridad, porque Él es fuego devorador (Dt 4, 24).

Glorificadlo en vosotros con ese amor que os hace vibrar ante Él, que disipa las sombras de vuestro camino, que purifica los anhelos de vuestro corazón, que enseñorea las pasiones, que os eleva sobre la corrupción del mundo, que os equipara a los ángeles, que os sublima en aquel fuego que Cristo vino a encender en la tierra. Triunfe Cristo en sus predilectos, los pequeñuelos; triunfe en la juventud estudiosa por la fe que vence las insidias de la incredulidad; triunfe en la familia con el sagrado vínculo que ordena y hace santo el amor en la gloria de los hijos; triunfe en la Acción Católica, palestra de apostolado de los seglares bajo la dirección de los sagrados pastores; triunfe en entrambos cleros, a fin de que resplandezca en ellos la luz de la piedad, del celo, del espíritu de abnegación, de las virtudes sacerdotales y religiosas para edificación y salud de los fieles.

Sea vuestro orgullo la instrucción religiosa, el pensamiento cristiano en las páginas de la prensa, en la lucha por la verdad y por la pureza de la fe católica contra las subrepticias y deformadoras insinuaciones del error que turba y pervierte la sencillez del pueblo cristiano. Que en este crecer de vuestra fe y de vuestro celo por la causa de Cristo, Rey de las almas por Él redimidas, sea la oración el arma más asidua y garante de victoria: vuestra oración, la de vuestros hijos y la del pueblo entero ante Aquel que es tesoro y fuente de toda fuerza, Dios de los ejércitos y Príncipe de la paz. Pedidle a Él a una con Nos, Venerables Hermanos y queridos hijos, pedidle constantemente para vosotros y para todo el mundo esta paz, voto cotidiano y anhelo insaciable de Nuestro ánimo y de la Esposa de Cristo; mientras con toda la efusión de Nuestro paterno afecto, desde esta colina vaticana, consagrada por la tumba del Príncipe de los Apóstoles, implorando la intercesión de santa Rosa de Lima, de los santos Toribio de Mogrovejo y Francisco Solano, de los beatos Martín de Porres y Juan Masías, os bendecimos a vosotros, a vuestros insignes Pastores, Hermanos nuestros, a las altas dignidades del Estado y a toda la querida nación peruana.

El otro texto es el de San Juan Pablo II en la BEATIFICACIÓN DE ANA DE LOS ÁNGELES

Arequipa (Perú) - Sábado 2 de febrero de 1985

1. «Lumen ad revelationem gentium!». ¡Luz para iluminar a las gentes! (Lc 2, 32).

Hoy la Iglesia en toda la tierra celebra la Presentación del Señor en el templo de Jerusalén, cuarenta días después de su nacimiento en Belén.

Allí, en el templo de Jerusalén, fueron pronunciadas las palabras proféticas que la Iglesia repite cada día en su liturgia y hoy proclama con una especial solemnidad.

He aquí que el anciano Simeón toma al Niño de los brazos de la Madre e iluminado por el Espíritu Santo, pronuncia las palabras proféticas:

«Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, / dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación, / la que has preparado a la vista de todos los pueblos, / luz para iluminar a las gentes / y gloría de tu pueblo Israel» (Ibíd. 2, 29-32).

2. Hoy repetimos estas palabras aquí en Arequipa, en tierra peruana. Juntos profesamos con ellas la fe en Jesucristo; esa fe que ha iluminado el pueblo de esta tierra desde hace ya casi cinco siglos.

En este nombre y en esta luz nos unimos hoy recíprocamente nos saludamos. Y tengo el gozo de poder participar con vosotros, como Obispo de Roma, en esta fiesta grande de la Iglesia en vuestra patria.

Una fiesta que tiene un doble motivo de alegría: la beatificación de Sor Ana de los Ángeles Monteagudo, y la coronación pontificia de la imagen de la Virgen de Chapi, Madre y Reina de Arequipa, que preside nuestra celebración.

En esta fiesta de la Iglesia en el Perú, en presencia de todos sus Pastores, quiero saludar a todo el pueblo fiel peruano que he venido a visitar, aunque no podré llegar, como desearía, a cada persona y lugar del país. Pero a todos los semejantes me dirigiré intencionalmente, cada vez que en estos días encuentre a algún grupo o sector del pueblo de Dios. Así pues:

Que Cristo, luz de las gentes, ilumine a los miembros de esta Iglesia de Dios en Arequipa que hοy me acoge, a su Pastor y auxiliares, así como a las Iglesias de Punto, Tacna, Ayaviri, Chuquibamba y Juli con sus Pastores.

Que la luz de Cristo guíe a la Iglesia en Lima con su cardenal arzobispo y auxiliares, a los Pastores y fieles del Callao, Huacho, Ica y Yauyos.

Que Cristo, luz del mundo, esclarezca el camino de los Pastores y fieles de Ayacucho, Huancavelica y Caravelí.

Que Cristo sea siempre la luz de las Iglesias en el Cuzco, Abancay, Chuquibambilla y Sicuani y de sus obispos.

Que la luz de Cristo resplandezca en el pueblo fiel de Huancayo, Huánuco, Tarma y en sus Padres en la fe.

Que Cristo acompañe con su luz al Pueblo santo de Dios en Piura, Chachapoyas, Chiclayo, Chota, Chulucanas y a sus prelados.

Que la luz de Cristo brille en los Pastores y comunidades eclesiales de Trujillo, Cajamarca, Huaraz, Chimbote, Huarí, Huamachuco y Moyobamba.

Que Cristo marque con su luz el camino de la fe para los Ordinarios e Iglesias de Iquitos, Jaén, Pucallpa, Puerto Maldonado, Requena, San José del Amazonas, San Ramón y Yurimaguas, y para el Ordinario y miembros del Vicariato Castrense del Perú.

Finalmente, que Cristo sea luz para todos los aquí presentes, los venidos de cerca o de lejos, y de modo particular para la gran Familia dominicana, que ve en su hermana, la Beata Ana de los Ángeles, una nueva gloría para los hijos e hijas de Santo Domingo, y un fiel reflejo de la luz de Jesucristo.

3. Este Jesús de Nazaret sobre el cual, cuarenta días después de su nacimiento, el anciano Simeón pronunció las palabras proféticas, está delante de nosotros como Luz.

Escuchemos lo que nos dice en el Evangelio de la liturgia de hoy:

«Todo me ha sido entregado por mi Padre; y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ní al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Matth. 11, 27).

Cristo es la luz de los hombres, porque les revela a Dios. Sólo El conoce a Dios: conoce al Padre y es conocido por El. También El, únicamente El, lleva la luz de la revelación divina a los corazones humanos. Gracias a El hemos conocido al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, al Dios Unico en la Trinidad que es «el principio y fin» de todo lo que existe. En El está nuestra salvación eterna.

4. En efecto, este Dios —como proclama Juan en la segunda lectura de hoy— es el que «nos amó y nos envió a su Hijocomo propiciación por nuestros pecados» (1 Io. 4, 10). Así es. «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo su Hijo único para que vivamos por medio de él» (Ibíd. 4, 9).

El Hijo es la luz del mundo porque nos da la vida de Dios. Esta vida divina es para nosotros un don, es decir, la gracia. Y la gracia deriva del Amor e injerta en nosotros el Amor. De este modo nosotros los hombres, nacidos de los hombres, de nuestros padres, a la vez hemos nacido de Dios:

«Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios» (Ibíd. 4, 7).

Cristo es la luz de los hombres, porque gracias a El hemos sido engendrados por Dios, y cuando somos engendrados por Dios en Cristo, entonces también nosotros «conocemos a Dios»: conocemos al Padre, como también el Hijo conoce al Padre.

En cambio, «Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor» (1 Io. 4, 7).

5. He aquí el espléndido mensaje de la fiesta de hoy. El mensaje de la luz y de la vida, el mensaje de la verdad y del amor.

En el contenido de este mensaje reconocemos también a esta hija elegida de vuestra tierra que hoy puedo proclamar Beata de la Iglesia: Sor Ana de los Ángeles Monteagudo.

El señor Arzobispo de Arequipa, al pedir oficialmente la beatificación de Sor Ana, ha trazado en síntesis su biografía y ha indicado los rasgos de su vida santa, y los méritos y gracias celestiales que han conducido a su elevación a los altares, para ejemplo y veneración de toda la Iglesia, especialmente de la Iglesia en el Perú.

En ella admiramos sobre todo a la cristiana ejemplar, la contemplativa, monja dominica del célebre monasterio de Santa Catalina, monumento de arte y de piedad del que los arequipeños se sienten con razón orgullosos. Ella realizó en su vida el programa dominicano de la luz, de la verdad, del amor y de la vida, concentrado en la conocida frase: «contemplar y transmitir lo contemplado».

Sor Ana de los Ángeles realizó este programa con una intensa, austera, radical entrega a la vida monástica, según el estilo de la orden de Santo Domingo, en la contemplación del misterio de Cristo, Verdad y Sabiduría de Dios. Pero a la vez su vida tuvo una singular irradiación apostólica. Fue maestra espiritual y fiel ejecutora de las normas de la Iglesia que urgían la reforma de los monasterios. Sabía acoger a todos los que dependían de ella, encaminándolos por los senderos del perdón y de la vida de gracia. Se hizo notar su presencia escondida, más allá de los muros de su convento, con la fama de su santidad. A los obispos y sacerdotes ayudó con su oración y su consejo; a los caminantes y peregrinos que venían a ella, los acompañaba con su plegaria.

Su larga vida se consumó casi por entero dentro de los muros del monasterio de Santa Catalina; desde su tierna edad como educanda, y más tarde como religiosa y superiora. En sus últimos años se consumó en una dolorosa identificación con el misterio de Cristo Crucificado.

Sor Ana de los Ángeles confirma con su vida la fecundidad apostólica de la vida contemplativa en el Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia. Vida contemplativa que arraigó muy pronto también aquí, desde los albores mismos de la evangelización, y sigue siendo riqueza misteriosa de la Iglesia en el Perú y de toda la Iglesia de Cristo.

6. Ciertamente Sor Ana se ha guiado en su vida con esta máxima de San Juan Evangelista:

«Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros» (1 Ιο. 4, 11).

En la escuela del Divino Maestro se fue modelando su corazón hasta aprender la mansedumbre y humildad de Cristo, según las palabras del Evangelio: «Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón... Porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Matth. 11, 29-30).

Imitando la caridad y el sentido eclesial de su Patrona, Catalina de Siena, tuvo un corazón manso y humilde abierto a las necesidades de todos, especialmente de los más pobres.

Todos encontraron en ella un amor verdadero. Los pobres y humildes hallaron acogida eficaz; los ricos, comprensión que no escatimaba la exigencia de conversión; los Pastores encontraron oración y consejo; los enfermos, alivio; los tristes, consuelo; los viajeros, hospitalidad; los perseguidos, perdón; los moribundos, la oración ardiente.

En la caridad orante y efectiva de Sor Ana estuvieron presentes de una manera especial los difuntos, las almas del Purgatorio que ella llamaba «sus amigas». De esta forma, iluminando la piedad ancestral por los difuntos con la doctrina de la Iglesia, siguiendo el ejemplo de San Nicolás de Tolentino, de quien era devota, extendió su caridad a los difuntos con la plegaria y los sufragios.

Por eso, recordando estos detalles entrañables de la vida de la nueva Beata, su penitencia y su limosna, su oración continua y ardiente por todos, hemos recordado las palabras del libro de Tobías:

«Buena es la oración con ayuno; y mejor es la limosna con justicia que la riqueza con iniquidad. Mejor es hacer limosna que atesorar oro... Los que hacen limosna tendrán larga vida» (Τοb. 12, 8-9). Como ella, que murió en edad avanzada, cargada de virtudes y méritos.

7. Hoy la Iglesia en Arequipa y en todo el Perú desea adorar a Dios de una manera especial por los beneficios que El ha concedido al Pueblo de Dios mediante el servicio de una humilde religiosa: Sor Ana de los Ángeles.

Obrando así, la Iglesia cumple la invitación del libro de Tobías, proclamada en la liturgia de hoy:

«Manifestad a todos los hombres las acciones de Dios, dignas de honra, y no seáis remisos en confesarle. Bueno esmantener oculto el secreto del Rey, y también es bueno proclamar y publicar las obras gloriosas de Dios» (Ibíd.. 12, 6-7).

De esta manera, aquel misterio de la Gracia de Dios, escondido en el seno de la Iglesia de vuestra tierra, se hace manifiesto y se revela: ¡es Sor Ana de los Ángeles, la Beata de la Iglesia!

La santidad del hombre es obra de Dios. Nunca será suficiente manifestarle gratitud por esta obra. Cuando veneramos sus obras, las obras de Dios, veneramos y adoramos sobre todo a El mismo, el Dios Santísimo. Y entre todas las obras de Dios, la más grande es la santidad de una criatura: la santidad del hombre.

Pero he aquí que en la fiesta de hoy, en presencia de toda la Iglesia, está aquella que es la más Santa: la Madre de Cristo, María.

La contemplamos, cuarenta días después del nacimiento de su Hijo, llevando a Jesús al templo de Jerusalén, acompañada por José. El anciano Simeón adora en el Niño la luz de Dios: «Luz para iluminar a las gentes» (Luc. 2, 32). Y a María dirige estas palabras: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones. ¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma!» (Ibíd. 2, 34-35).

Teniendo presentes las palabras de Simeón, deseamos poner hoy sobre la cabeza de la imagen de la Madre de Diosde Chapi, la corona pontificia.

Este gesto que realizamos en la tierra, responde a la exaltación que la Virgen ha recibido en el cielo: la exaltación de los pobres y humildes, proclamada por ella en el Magníficat (Cfr. ibid. 1, 52).

Con tal gesto, el Papa quiere sellar la vinculación que ya existe y que se consolidará más, entre la ciudad de Arequipa, entre la Iglesia en el Perú y la Virgen Santísima. En efecto, esta «ciudad blanca», eminentemente mariana, que nació bajo el amparo de Nuestra Señora, el día de la Asunción de 1540, ha profesado siempre gran devoción a la Madre de Dios. Lo atestiguan los tres hermosos y conocidos santuarios marianos de la ciudad: el de Cayma, el de Characato y especialmente el de Chapi.

La coronación es también un recuerdo del amor que tuvo ala Virgen Santísima la Beata Ana de los Ángeles.

9. Ante la imagen de Nuestra Señora pongo las intenciones de toda la Iglesia, especialmente de la Iglesia en el Perú y en Arequipa:

«Oh Madre de Cristo, Santa Madre de Dios, venerada con amor tan entrañable por el Pueblo de Dios en toda la tierra peruana.

Madre y Reina de todos los Santos que ha dado esta tierra: Toribio de Mogrovejo, Rosa de Lima, Martín de Porres, Juan Macías, Ana de los Ángeles, proclamada Beata en el día de hoy.

No dejes de llevar a Jesús en tus manos; llévalo a los corazones de todos los que, en esta tierra, tan amorosamente confían en ti.

Llévalo siempre, como lo llevaste al templo de Jerusalén; que los ojos de nuestra fe se abran en todo momento como se abrieron los ojos de Simeón.

Junto con él profesamos:

¡«Luz para iluminar a las gentes»!

Que en El los ojos de nuestra le vean siempre la salvación que viene de Dios... ¡Del mismo Dios!

Amén.