jueves, 28 de enero de 2016

En el artículo del P. C. Bayle "Niños mártires en América" España Misionera, Vol.I, Madrid 1944, n. 3, 390-416, menciona dos casos de mártires jóvenes en el virreinato peruano, uno contado por el jesuita P. Antonio Ruiz de Montoya y el otro por el franciscano Bernardino Izaguirre.

 

En la obra "Conquista espiritual" del P. Ruiz de Montoya se escribe:

"Entraron por tierra de gentiles, dándoles aviso de nuestros deseos y determinación de entrar a anunciarles el Evangelio; prendiéronlos luego con ánimo de matarlos para hacer la célebre fiesta de su bautismo…; ofreciéronles luego mujeres, desahogo y libertad de conciencia. El más anciano aceptó el partido y e amancebó luego; el mozo, no olvidando de lo que en nuestra escuela había aprendido (tanto importa aun entre los indios instruir bien la juventud), no admitió cosa de las que le ofrecían; y para moverle más le pusieron delante una muy escogida moza que, aficionada a la buena disposición del mancebo, deseaba que la apeteciese. El casto mozo ni aun mirarla quiso. Instaron los gentiles a que la mirase; él les respondió que los Padres enseñaban el no mirar a mujeres, porque por los ojos entraba el pecado en el alma, y que la ley de Dios prohibía la deshonestidad y el adulterio: que él era casado, al modo que Dios manda, y que no podía admitir otra mujer. Amenazáronle que si no tomaba aquélla le darían la muerte. "Matadme, dijo, que mi cuerpo sólo mataréis y no mi alma, porque es inmortal, y espero que muriendo yo, irá ella a gozar eternamente de Dios".

Vista esta fortaleza por los gentiles, trataron de matarlo, y el mismo padre de la moza, borracho de enojo de ver que despreciaba a su hija, arremetió a él, y con brutal furia le dio la muerte a puñaladas. Despedazaron su cuerpo y lo comieron. El compañero infeliz vivió algunos  días en compañía de la muer que le habían dado y al fin le mataron con mucha solemnidad y se lo comieron" (p.92)

El lego franciscano Fray Jerónimo Jiménez, con una partida de españoles y dos indios niños, se desliza en una balsa corriente abajo del Parané, en lo que se denomina Montaña Real del Perú; con él iba un cacique campa con su mujer; buscaban otra tribu para predicarles; esto es, los buscaba el religioso; que el cacique, irritado porque le reprendieron tener 3 mujeres, iba en acecho de venganza y había avisado a los bárbaros, que, ocultos en la espesura de la orilla, lecharan a los españoles. Y lo hicieron y los mataron a todos. Fray Jerónimo pudo salir a nado; allí en el arenal acabó con el pecho atravesado de flechas y el cráneo abierto a garrotazos; lo mismo hizo el cacique con uno de los niños. "Historia de las Misiones franciscanas en el Perú" I, p.170, Lima 1922

Lo propio sucedió con otro cacique en Pichana, Montaña Real. Fr. Francisco Izquierdo conoció el pecho rabioso del cacique y previó la tragedia; no quiso huir. Llamó a su compañero Fr. Andrés Pinto, lego, y a un muchacho de 12 años que los asistía y les preguntó si estaban con ánimo de esperar el martirio y con la seguridad que le dieron, entráronse los tres en la iglesia y de rodillas, con cruces en las manos se encomienda a Dios, cuando llegó el tropel acaudillado por el cacique. Éste lanzó la primera flecha al P. Izquierdo y se la clava en el corazón; el lego y el niño acuden a sostenerlo y el grupo de los tres queda cubierto de flechas. Los salvajes, para mayor seguridad del crimen los muelen a palos y con bejuncos los arrastran y arrojan al río. Entretanto, los dos religiosos y el niño reciben la palma del martirio.