sábado, 7 de mayo de 2016

LAS OBRAS DE MISERICORDIA EN EL PERÚ 14 SUFRIR CON PACIENCIA LOS DEFECTOS DE LOS DEMAS

La tolerancia y la paciencia ante los defectos ajenos es virtud y es una obra de misericordia. Claro que con sentido común si se ve que el soportar esos defectos causa más daño que bien, no se debe ser tolerante, sino, con mucha caridad y suavidad, debe hacerse la advertencia y aplicar la corrección fraterna. Lo cierto es que no es tan sencillo, pues casi siempre se da con familiares, miembros de una comunidad o compañeros de trabajo.

Para vivir misericordiosamente, necesitamos la gracia y mucha gracia. Si en el trabajo hemos estado siendo perjudicados por un jefe o un compañero de trabajo. Cambiar de trabajo es impensable debido a la situación económica. Del mismo modo el jefe y compañero de trabajo no van a ninguna parte. La actitud más agradable a los ojos de Dios es simplemente volver a trabajar con gran humildad y con confianza en la Divina Providencia. ¡Confía En Dios! Él estará allí contigo para ayudarte a llevar con paciencia la cruz

De gran ayuda podría ser meditar sobre Jesús cargando su cruz en dirección a su crucifixión. A pesar de que Jesús cayó tres veces, Él se levantó con el peso de los pecados del mundo sobre sus hombros sangrientos, cansados  y golpeados. Siempre debemos tener a Jesús ante nuestros ojos como nuestro modelo y ejemplo, de hecho Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida. Siempre me encantó el texto de Tomás de Kempis "Imitación de Cristo" (Libro I, Cap. XVI) titulado "Cómo se han de sufrir los defectos ajenos":

Lo que no puede un hombre enmendar en sí ni en los otros, débelo sufrir con paciencia, hasta que Dios lo ordene de otro modo. Piensa que por ventura te conviene esto mejor para probar tu paciencia, sin la cual no son de mucha estimación nuestros merecimientos. Mas debes rogar a Dios por estos estorbos, porque tenga por bien de socorrerte para que los toleres.

Si alguno, amonestado una vez o dos no se enmendare, no porfíes con él; mas encomiéndalo todo a Dios, para que se haga su voluntad, y él sea honrado en todos sus siervos, que sabe sacar de los males bienes. Estudia y aprende a sufrir con paciencia cualesquier defectos y flaquezas ajenas, pues que tú también tienes mucho en que te sufran los demás. Si no puedes hacerte a ti cual deseas, ¿cómo quieres tener a otro a la medida de tu deseo? De buena gana queremos a los otros perfectos, y no enmendamos los defectos propios.

Queremos que los otros sean castigados con rigor, y nosotros no queremos ser corregidos. Parécenos mal si a los otros se les da larga licencia, y nosotros no queremos que cosa alguna se nos niegue. Queremos que los otros sean oprimidos con estrechos estatutos, y en ninguna manera sufrimos que nos sea prohibida cosa alguna. Así parece claro cuán pocas veces amamos al prójimo como a nosotros mismos. Si todos fuesen perfectos ¿qué tendrías que sufrir por Dios a tus hermanos?

Pero así lo ordenó Dios, para que aprendamos a llevar las cargas ajenas; porque no hay ninguno sin defecto, ninguno sin carga, ninguno es suficiente ni cumplidamente sabio para sí; importa llevarnos, consolarnos y juntamente ayudarnos unos a otros, instruirnos y amonestarnos. Nada descubre mejor la sólida virtud del hombre, que la adversidad; porque las ocasiones no hacen al hombre débil, mas declaran que lo es.

Buenos ejemplos los tenemos en los santos peruanos. Rosa de Lima aceptó los "defectos" de su querida mamá que llegó a hacer sangrar sus sienes al darle de mojicones por no aceptar un matrimonio ventajoso. Fray Martín aceptó gustoso ser el último de los frailes dominicos y ganarse a sus hermanos por la humildad. Santo Toribio llevó con paciencia las impertinencias del Virrey de turno, el Marqués de Cañete, logrando poner de su parte la voluntad del Rey Felipe II. De nuestro tiempo, podemos destacar al Siervo de Dios Monseñor EMILIO LISSÓN CHÁVEZ, quien tiene tuvo como lema de vida "No me basta amar a Dios si mi prójimo no le ama",  grabado en la lápida donde reposan sus restos en la Catedral de Lima. Natural de Arequipa, obispo en Chachapoyas, arzobispo de Lima, único dimisionario de la historia y todo porque  en algunos círculos sociales de Lima –contrarios al presidente Leguía- se había ido creando un ambiente hostil hacia su persona. En realidad, el Vaticano no lo enjuició, pero lo retuvo en Roma para evitar conflictos tras la caída del Presidente Leguía. En Roma vivió pobremente en un convento. El nunca se quejó ni buscó explicaciones. El silencio ofrecido y solitario tan solo fue roto por su incondicional clérigo arequipeño Dr. Fausto Linares Málaga quien escribió en 1933 la obra llena de verdad y afecto Monseñor Lissón y sus derechos al Arzobispado de Lima quien asume la  defensa del arzobispo y lo vindica ante la opinión pública y la historia de las "injustas y calumniosas acusaciones". Lissón respondió como un santo, en Roma se dedicó a investigar en el Archivo y a hacer de guía de peregrinos,  en Sevilla transcribió 4.533 documentos- para la obra "La Iglesia de España en el Perú",  en Valencia auxilió a  su obispo Monseñor Olaechea y vivió santamente.